En mi andadura por la vida he visto que los humanos, en general, somos personas insatisfechas. Los lunes por la mañana encuentro caras de sueño, desgana y sorpresa cuando ven que alguien sonríe.
¿Cómo se puede sonreír si es lunes? dicen algunos.
¿Cómo no sonreír si puedes contarlo y tienes trabajo? dicen otros, los optimistas.
Más tarde, un optimista comenta que su vida es monótona y que le gustaría, por ejemplo, viajar.
Algo tan simple como el color del pelo o de los ojos, si es liso o si son pequeños, cualquier mínimo detalle de nuestra fisonomía puede ser un motivo importante para estar, en algunos momentos abatidos y descontentos.
No me extraño si pienso que desde que somos pequeños vemos esas actitudes en nuestro entorno pero también las leemos, en los cuentos de siempre.
Juan sin miedo no era feliz porque era miedoso y se sentía pequeño y ridículo hasta que lo venció. La madrastra de Blancanieves quería ser la más bella y en su afán por conseguirlo se convirtió en una horrible bruja de corazón helado. Cenicienta tuvo que disfrazar su andrajosa imagen para que el príncipe se fijara en ella. Peter Pan se negó a crecer y a Campanilla le hubiese gustado ser más grande de tamaño y más pequeña de edad. Mulan se hizo pasar por un chico para poder demostrar que era valiosa. El rey Midas quería tanto oro que convirtió en piedras doradas a sus seres queridos. El lobo se hizo pasar por la abuela de Caperucita para conseguir su objetivo. El príncipe y el mendigo cambiaron sus personalidades porque estaban insatisfechos en su mundo. La Sirenita quería a toda costa colonizar el medio terrestre. La lechera del cuento hizo tantos planes que rompió su presente...
Yo también muestro ese lado aquí, en mis pequeños relatos, cuando sueño en voz alta y deseo que se abra la puerta y se rompa el silencio. Y que conste que no soy infeliz ni estoy descontenta pero claro, soy un ser humano más, imperfecto donde los haya.
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