Traduciendo los sentimientos

lunes, 1 de octubre de 2012

LA CARTA

Se estrenó el mes de octubre con un mensaje para el cartero. Mucho tiempo atrás era lo más común. Escribir y poner una pequeña crucecita en el encabezamiento, sobreentendiendo el que enviaba y el que leía, que estaban amparados por Dios. Después, una frase hecha y dos puntos para continuar el escrito. La ilusión de pegar el sello o de recortarlo para la colección según que fueses el remitente o el destinatario. Morados, verdes y anaranjados. Ahora, ni siquiera hay que sacar la lengua o mojarlo en la esponjilla reseca, ahora, hasta los sellos son pegatinas y hablan sin pronunciar palabra sobre la conservación del medio ambiente o aparece Bob Esponja. Ni peor, ni mejor o las dos cosas. Sobre todo, diferente.
Hoy, estrené un mes escribiendo una carta, una de esas que salen junto con el sentimiento, de las que se conforman con palabras que hace mucho están dentro de ti y que tardas en exteriorizar...las prisas, el acomodo, las prioridades... excusas al fin y al cabo.
Volará la carta o quizá quede retenida unos segundos en los puentes derrumbados sobre el barro de la gota fría.
Un cartero, en otro lugar tocará una puerta para dejar el sobre que esta misma tarde he preparado, lo sacará de la bolsa amarilla que abandonará por unos segundos en la acera y la echará en el suelo, acostumbrado como está, a repartir cartas impersonales, sobres con nombre diferente y contenido idéntico. La dejará sobre las losas frías del otoño y retornará a su carro y a su devenir por las calles.
Una mujer abrirá la puerta una vez se haya marchado y en su andar mostrará pereza al pensar en recoger, hoy también, la avalancha de papeles inservibles. Al incorporarse, su sonrisa expresará la alegría de que el cartero se haya detenido en su puerta con un mensaje distinto.

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