Traduciendo los sentimientos

sábado, 20 de octubre de 2012

JIMMY

Sus hormonas no habían cogido aún velocidad por lo que era pequeño, de tamaño y de edad. Su piel cetrina y su pelo, tan negro que azuleaba. Sus ojos pequeños y brillantes se movían con avidez queriendo captar todos los movimientos y aunque sus orejas no presentaban evidencia de moverse, recogían cada sonido para procesarlo en su cerebro. Era como un pequeño animalito perdido en una jaula urbana. Por muchas explicaciones y razonamientos que recibiera, en su mente se transparentaba una pregunta. No sabía muy bien porqué tenía que portarse bien si otros en sus mismas condiciones hacían lo que querían y no presentaban aspecto de pasarlo mal. Se debatía constantemente, a pesar de su edad, entre lo que debía y lo que quería hacer y a veces, lo segundo ganaba la partida a lo primero. Cuando esto sucedía corría hacía aquellos a los que admiraba porque se enfrentaban con descaro a las normas y como era pequeño, se camuflaba entre sus cuerpos sin perder de vista a la maestra, por si acaso había que dar explicaciones.
El único motivo por el que se mantenía atento y relajado en la silla era por escuchar curiosidades sobre animales, entonces, sus ojos parecían ocupar todo su rostro y su mirada se perdía en cualquier selva para contemplar de cerca una serpiente, para observar como se nutría y se desplazaba. Más allá de las palabras de la maestra estaba su alma de aventurero. En el transcurso de una hora, sobrevolaba mares y lagunas, atravesaba dunas y escalaba montañas para observar de cerca a aquellos seres vivos que tanto le motivaban Al final de la clase exhausto y sonriente decía: ¿Ya se ha acabado la clase?
La maestra sabía que ella sólo era una herramienta en su mágico universo.

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